viernes, 12 de junio de 2009
En la gran ciudad hay millones de personas que viven, trabajan y buscan la felicidad. Hay menos matrimonios y gran parte de éstos fracasa en los primeros cinco años. Hay menos parejas y más personas viviendo solas. Sin embargo, las encuestas coinciden: el máximo anhelo de la mayoría es encontrar el amor. ¿Por qué, entonces, si lo que más desea una chica es ser amada, a veces logra todo lo contrario? ¿Es posible que lo que impide encontrar el amor sea justamente nuestra búsqueda desesperada? ¿Será posible que al estar tan ocupados en buscar, perdimos la capacidad de encontrar? ¿Será que buscamos algo que no existe? ¿Será que vivimos el amor bajo la premisa histérica de deseo en tanto no soy deseado? Somos las dos. Todos somos geminianos. Sujeto divididos. Queremos una cosa y hacemos lo opuesto. ¿Por qué hacemos eso? Quién sabe. Es la naturaleza humana. El más contenido tiene su cara desatada, y el más bueno, su cara bestial. Y esa dualidad nos da volumen. No somos planos de una sola cara. Una de esas fuerzas ocultas va a ganar en algún momento. Y cuando pase eso, se va a definir quién somos de verdad. A veces en el acto de odiar, amamos. Y en el de rechazar, deseamos. Porque aunque no lo soportemos, somos contradictorios. La contradicción nos mantiene vivos, nos hace avanzar. Y eso es lo que importa, ¿o no? Una parte nuestra dice sí, y la otra no. Y en esa contradicción, está la vida.
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